A pesar de estar
ocupados con el futuro Museo de ciencias naturales, también se siguen
inspeccionando los acantilados de la zona. En este caso se trata de una
mandíbula de Thylatheridium, un pequeño marsupial, similar a la actual zarigüeya,
hallada por Mariano Magnussen en estratos de unos 3 millones de años. A pesar
de su tamaño nos puede dar gran cantidad de información sobre la ecología de
aquellos tiempos.
El Thylatheridium fue un animal perteneciente a la
familia de los marsupiales. Su cráneo es relativamente grácil y pequeño, que da
cuenta de una caja cerebral estrecha. El hocico es en punta. Su cola era larga
y prensil como otros didelphidos. Este grupo son adaptables a ambientes
diversos, aunque preferirían las zonas arboladas, cercanas a alguna fuente de
agua.
Estas necesitarían disponer de un refugio seguro que les
proporcionara reparo durante el día, ya que sus actividades son nocturnas, y
abrigo durante el invierno, periodo que le resultaba especialmente crítico ya
que no toleraría bien los enfriamientos y los fuertes vientos que provenían del
Pacifico. Sin embargo, no construía madrigueras.
Aprovechaba los refugios naturales -cuevas formadas en las
rocas y, sobre todo, los troncos de los árboles-, o bien ocupaba refugios construidos
por otros animales y abandonados. Probablemente Thylatheridium era
hábitos sumamente solitarios, o por lo menos el registro fosilífero parecería
reflejar esta conducta. Thylatheridium era omnívoro y tenía una dieta
variadísima. Esta peculiaridad de ser un depredador no especializado le permite
adaptarse casi a cualquier tipo de hábitat.
Cuando se trata de vegetales le apetecerían especialmente
los frutos maduros, y también los brotes y los tallos tiernos. Consumía
invertebrados -insectos y lombrices- y muy a menudo aves pequeñas, que, sobre
todo en apoca de cría, eran un componente principal de su alimentación
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